Les instalaron una pantalla, una batería y una red que les permite contar con un tomacorriente, un puerto USB y cuatro lámparas.
Pobladores del paraje “Los Comederos” recibieron un equipo de energía solar
Hasta hace un par de días, la única fuente de energía que Tita y Sergio tenían en su campo, era una pequeña pantalla solar que compraron hace quince años. Casi agotada, les permitía encender una sola lámpara, durante algunos minutos. El miércoles, técnicos del Ministerio de Producción llegaron con una pantalla solar y una batería, nuevas y más grandes. Tres horas después habían instalado una red con un toma corriente, un puerto USB y un tendido con cuatro lámparas que permiten iluminar tres habitaciones y el patio.
No es fácil llegar hasta “El Coco”, el campo de Tita Sosa y Sergio Salinas. Viven en el paraje “Los Comederos”, 141 kilómetros al noreste de la ciudad de San Luis, en el corazón del departamento Libertador General San Martín. El viaje es ameno en los primeros 111 kilómetros, transitando primero por la autopista del Saladillo y luego por la Ruta Provincial 2. Después hay que recorrer 17 kilómetros de un camino que se mete de lleno en las Sierras Centrales, con partes de tierra suelta, pisos trizados, “serruchos” tallados por el viento que hacen temblar los vehículos y piedras que brotan en plena ruta, como si la montaña, caprichosa, quisiera mostrar su omnipresencia a quienes transitan por allí.
A casi 1300 metros de altura, aparece como un oasis La Vertiente: boulevard principal adoquinado, siete u ocho manzanas, casitas pintorescas, un par de plazas, la escuela, la municipalidad. Trece kilómetros más adelante, todavía más adentro de las sierras, espera Sergio con la tranquera abierta. “El Coco” está del otro lado del cerro que tiene a sus espaldas. Por eso los últimos cuatro kilómetros hay transitarlos casi a paso de hombre, con un vehículo alto, ayudado por la doble tracción. Las camionetas siguen una huella improvisada, se tambalean, rebotan, trepan. Por momentos parecen sacar garras que les permiten asirse a la montaña. “En el verano, cuando llueve, por acá es imposible pasar”, explica Sergio.
El llano de un potrero y una arboleda frondosa marcan el final del camino. Los perros son los que primeros que se asoman. Ladran, miran curiosos, se acercan, olfatean. Así reciben a los extraños en un patio sin límites donde conviven con animales que deambulan: gallinas, gansos, patos, pavos, ovejas, cabras. “También tenemos unas vaquitas, caballos y dos chanchas. Son pocos animalitos, pero tenemos de todo”, explica Tita. “A eso nos dedicamos, a la cría de animales”, agrega Sergio y cuenta que tienen dos hijos que crecieron y se fueron a trabajar a Naschel.
Los técnicos del Ministerio bajan la compuerta de la caja de la camioneta y descargan: pantalla solar, batería, cables, caños, cajas de luz, llaves, portalámparas, grampas, disyuntores, lámparas bajo consumo. En tres horas queda todo instalado. A mitad de la faena Tita sirve un café sabroso que ayuda a atemperar los dos grados y el aire helado que envuelven el lugar, rodeado de cerros, muy cerca del arroyo Chutunsa.
Con la instalación finalizada, Stefan Seibt, jefe del Subprograma Desarrollo Rural, explica el funcionamiento y mantenimiento del equipo: El puerto USB es ideal para los cargadores de celular (si bien en el campo los teléfonos no funcionan, Sergio y Tita suben cada tanto al cerro más alto para recibir señal y estar comunicados, con sus hijos por ejemplo). En el tomacorriente se puede enchufar un televisor, una radio, una computadora. Las luces se activan cada una con su llave individual. Y el equipo solar tiene un mantenimiento sencillo: en verano hay que revisar el nivel de agua destilada de la batería y, de ser necesario, podar el follaje de los árboles, de manera que la pantalla instalada en el techo reciba la mayor cantidad rayos solares posible.
“Ahora —dice Tita— vamos a estar mucho mejor. Tener luz es una gran satisfacción. Estamos muy agradecidos”.